Muchas veces, como cristianos, vamos caminando —o incluso corriendo— por fe. Avanzamos con la certeza de que Dios está con nosotros, y Su Palabra nos da esa esperanza eterna: si mañana no despertamos, nuestra vida está escondida en Cristo. Y eso, sin duda, es nuestro mayor tesoro.
Crecí en una familia profundamente cristiana. Desde pequeño supe que quería servir a Dios, y por mucho tiempo no me detuve a pensar más allá. Mi horizonte estaba trazado: adorar, obedecer, servir. Nunca me pregunté qué quería para mi futuro personal, ni qué deseaba construir más allá del servicio. Hasta que llegó la pandemia… y con ella, una especie de silencio existencial que me hizo chocar con una realidad que había ignorado por completo: mi plan de vida.
Me pregunté entonces: ¿Qué es un plan de vida?
¿Qué significa formar hábitos, examinarme, revisar mi crecimiento?
Yo amaba —y amo— a Dios con todo mi corazón. Pero en ese amor, ignoré otras áreas que también forman parte del propósito que Él diseñó para mí.
Mi pasión por la música, el servicio, la fe… eran faros brillantes, pero al rededor todo lo demás estaba apagado. No minimizo lo espiritual —porque Dios es el centro de todo—, pero la Biblia también dice:
“Deléitate asimismo en Jehová, y Él te concederá las peticiones de tu corazón” (Salmo 37:4).
Entonces vino la gran pregunta: ¿Cuáles son los deseos de mi corazón?
¿Tengo claridad sobre ellos o he vivido años en automático, emprendiendo por instinto, improvisando por necesidad, tropezando por falta de dirección?
Me di cuenta de que no había estado escribiendo mi historia con intención. Estaba viviendo, sí… pero sin un mapa, sin un norte claro. Y cuando uno vive así, incluso la fe corre el riesgo de convertirse en rutina.
Ahí comenzaron las preguntas más profundas:
-
¿Estoy realmente amando?
-
¿Tengo amistades auténticas o sólo conexiones pasajeras?
-
¿Qué sentido tiene mi vida fuera del servicio?
-
¿Estoy dejando huella, o sólo estoy repitiendo días sin dirección?
Desde ese punto, comencé a explorar. Probé caminos, fracasé en varios, avancé en otros. Algunas decisiones me devolvieron al punto de partida; otras me elevaron a un nivel de conciencia más claro. Y en medio de todo ese proceso descubrí algo clave: plan de vida no es tener todo resuelto, sino vivir con propósito, revisando el alma como quien examina un jardín para ver qué crece y qué necesita podarse.
A veces, necesitamos detenernos. No por debilidad, sino por sabiduría. Hacer una pausa honesta y mirar atrás:
¿Cómo estoy viviendo?
¿Para qué estoy haciendo lo que hago?
¿Estoy siguiendo un propósito o me está arrastrando el azar?
No creo que estemos aquí solo por estar. Creo con todo mi ser que fuimos enviados por una razón mayor: cumplir un propósito eterno, reflejar la luz de Cristo, ser sal y lámpara en medio de una generación hambrienta de sentido.
Y eso no se logra en automático.
Por eso, ahora más que nunca comprendo que el cristiano no solo debe tener fe, debe tener comunión constante y profunda con el Espíritu Santo. Sin eso, nuestra vida puede convertirse en un barco a la deriva, empujado por las mareas del día a día, sin saber hacia qué puerto se dirige.
La respuesta ya fue dada. No está lejos, no es un misterio oculto: está dentro de nosotros. Fue depositada por el mismo Dios a través de Su Espíritu, y ese Espíritu no solo nos consuela… nos guía, nos revela, nos transforma.
Por eso, antes de seguir caminando o correr… primero pregunta, examina, escucha.
Tal vez, lo que Dios quiere para ti no es simplemente que sigas, sino que te reencuentres contigo mismo, con tu propósito… y con Él.
📲 Síguenos en redes para más contenido como este:
🔹 Canal de WhatsApp: Destello de Vida
🔹 Grupo WhatsApp – Crecimiento Espiritual: Únete Aquí
🔹 TikTok: @destellode.vida
🔹 YouTube: Destello de Vida
🔹 Instagram: @destellode.vida
🔹 Más enlaces: https://linkr.bio/DestelloDeVida
No hay comentarios.:
Publicar un comentario