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martes, 1 de abril de 2025

Sé la luz, no la sombra✍

Tomar acción en un mundo que necesita luz

"Lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada." – Edmund Burke

El mundo en el que vivimos está marcado por contradicciones. Cada día nos enfrentamos a la lucha entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Sin embargo, esta lucha no es solo una batalla externa, sino también interna. Dentro de cada uno de nosotros hay una batalla constante por hacer lo correcto, por no ceder a la tentación, por no dejar que las distracciones y las preocupaciones mundanas nos aparten del propósito divino que Dios tiene para nosotros.

La frase de Edmund Burke, aunque escrita hace siglos, sigue siendo más relevante que nunca. Hoy en día, es fácil caer en la tentación de pensar que nuestras acciones individuales no importan, que en el gran esquema de las cosas, hacer el bien es solo un esfuerzo pequeño e insignificante. Sin embargo, la verdad es que cada acción, cada decisión que tomamos, tiene un impacto. Cuando nos quedamos de brazos cruzados ante la injusticia, ante la indiferencia y ante el mal, no solo estamos permitiendo que el mal avance; lo estamos facilitando. El mal triunfa cuando la bondad se queda en silencio, cuando la luz se apaga.

El cristiano no está llamado a la pasividad. Jesús mismo fue un ejemplo de acción decidida, de valentía y sacrificio. En su vida terrenal, Él no esperó a que las circunstancias fueran ideales o cómodas; Él salió al encuentro del sufrimiento, del pecado y de la injusticia. Y esa misma valentía nos llama hoy. Somos llamados a ser agentes de cambio, a ser sal y luz en un mundo que necesita desesperadamente de la verdad y del amor de Dios.

El Reino de Dios: un reino que se arrebata con valentía

En Mateo 11:12, Jesús dijo: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.” Este versículo puede parecer enigmático al principio, pero tiene un profundo mensaje. No se refiere a una violencia física o agresiva, sino a una violencia espiritual: la valentía para perseguir el Reino de Dios, a pesar de las dificultades, de las pruebas y de los obstáculos que podamos encontrar en el camino.

El reino de Dios no es algo que simplemente se recibe pasivamente. En un mundo lleno de distracciones, tentaciones y falsas promesas, aquellos que desean vivir en el Reino de Dios deben tener una actitud de guerra espiritual. Esto no significa que debemos ser violentos en el sentido humano, sino que debemos ser valientes al tomar decisiones que alineen nuestras vidas con los principios de Dios, incluso cuando esas decisiones sean difíciles o incómodas.

Imagina un campo de batalla donde los soldados no se quedan atrás esperando a que la victoria llegue por sí sola. Ellos avanzan, luchan y toman posesión del terreno, sabiendo que la victoria no se obtiene sin esfuerzo. Así es como debemos ver nuestro caminar cristiano. No podemos quedarnos esperando que el mal se detenga por sí mismo. Debemos actuar, debemos avanzar y debemos luchar por lo que es bueno y justo, con valentía y sin rendirnos.

Pero, ¿cómo tomamos acción en un mundo tan complicado? ¿Cómo podemos vivir con valentía, en obediencia a Dios, cuando las distracciones, las preocupaciones y el miedo nos acechan? La respuesta está en las decisiones diarias que tomamos, en los pequeños actos de obediencia que, aunque parezcan insignificantes, tienen un impacto eterno.

Tomemos el ejemplo de un árbol que crece. Un árbol no crece de la noche a la mañana; sus raíces deben profundizarse en la tierra, enfrentando piedras y obstáculos. Su crecimiento es lento, pero constante, y cada día que pasa lo hace más fuerte y más resistente. De igual manera, nuestras acciones diarias pueden parecer pequeñas, pero si estamos enfocados en hacer lo correcto, en seguir el llamado de Dios, esas acciones se acumularán y darán frutos. La valentía no es hacer algo grandioso de inmediato, sino hacer lo correcto, sin importar lo difícil que sea.

El sacrificio y la perseverancia

Vivir con valentía muchas veces implica sacrificio. El sacrificio es la herramienta que utilizamos para renunciar a lo que nos distrae y nos aleja de la voluntad de Dios. Este sacrificio no es algo que debemos temer; al contrario, es una oportunidad para alinearnos más profundamente con el corazón de Dios. Sacrificar nuestras comodidades, nuestros deseos y nuestra seguridad por algo mayor es lo que nos permite participar en la obra de Dios de manera plena.

Esto nos lleva a otro concepto clave: la perseverancia. Hacer el bien en un mundo que a menudo se opone a lo bueno requiere una fe constante. No podemos esperar resultados inmediatos. La Biblia nos enseña que "el que persevera hasta el fin será salvo" (Mateo 24:13). La perseverancia es la prueba de nuestra fe y de nuestro compromiso. Cada vez que resistimos la tentación, cada vez que elegimos hacer lo correcto, estamos creciendo más cerca de la imagen de Cristo en nosotros.

Ser luz en la oscuridad

El llamado de Cristo es claro: somos la luz del mundo. Mateo 5:14-16 nos recuerda que no podemos esconder nuestra luz, sino que debemos dejarla brillar para que todos puedan ver nuestras buenas obras y glorificar a nuestro Padre celestial. Esto no se refiere a hacer buenas obras para nuestra propia gloria, sino para que el mundo vea el poder transformador de Dios a través de nosotros.

Es como un faro que guía a los barcos a salvo durante la tormenta. La luz del faro no tiene valor si no se enciende en medio de la oscuridad. De igual manera, nuestras buenas acciones y nuestra vida cristiana no tienen el mismo impacto si no las vivimos en medio de las dificultades y las tensiones del mundo. La gente necesita ver el amor de Dios reflejado en nosotros, incluso en los momentos difíciles.

Un ejemplo claro de esto es la historia de Daniel en la Biblia. En un entorno hostil, donde el rey Nabucodonosor obligaba a todos a adorar ídolos, Daniel se mantuvo firme en su fe, sin ceder a las presiones del mundo. Su valentía no solo le salvó a él y a sus amigos, sino que también llevó a todo un imperio a reconocer al Dios verdadero. La luz de su obediencia brilló en medio de la oscuridad, y como resultado, otros fueron atraídos a la gloria de Dios.

El poder de la acción respaldada por la fe

Cuando tomamos acción con valentía, lo hacemos no por nuestra propia fuerza, sino por la fe en el poder de Dios. Como dice Romanos 8:31: "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" No estamos luchando en nuestras propias fuerzas; estamos luchando con la ayuda del Espíritu Santo, con el respaldo de un ejército celestial que se mueve a nuestro favor. Cada paso que damos en obediencia a Dios está respaldado por una fuerza divina que supera todo lo que el enemigo puede lanzar contra nosotros.

Los ángeles de Dios están constantemente trabajando a favor de los que siguen su voluntad, ayudándonos en nuestras luchas diarias. No estamos solos en este viaje. Dios ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo (Mateo 28:20), y esa promesa debe darnos confianza para seguir adelante.

Somos más que vencedores

Al final, el mensaje es claro: "Somos más que vencedores" (Romanos 8:37). No solo somos aquellos que sobreviven, sino que somos aquellos que triunfan, aquellos que prevalecen. El poder de Cristo en nosotros es más grande que cualquier desafío, más grande que cualquier mal que podamos enfrentar. Cada vez que tomamos una decisión valiente para hacer lo correcto, estamos participando en la victoria que Cristo ya ha ganado por nosotros.
La victoria no está en evitar la lucha, sino en enfrentarla con valentía, sabiendo que, a través de Cristo, hemos ganado la batalla.

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